Tsukimachi Chaya – V


    Una semana más tarde terminé de pintar la imagen para los volantes. Como quería mostrarla en seguida a tío Kantaro, decidí llevarla a su casa, así aproveché esa ocasión para visitar la tía que no había visto desde hace mucho tiempo. La casa del tío estaba en un lugar tranquilo en las afueras de la ciudad vecina. Después de haber pasado un terreno llano sin ondulación más allá apareció un paisaje campesino plácido.
    En el jardín de tío Kantaro había un árbol de seda. En el verano sus hojas verdes se extienden como un paraguas y echan flores suaves como plumas de color rosa coral. Era en Italia en que me encontré con ese árbol por primera vez así que lo conocí por el nombre italiano ‘Albizia’ y no sabía entonces su nombre japonés. Ese árbol se llama Nemunoki cuyo nombre deriva de Nemuri-no ki, árbol del sueño. Sus hojas que se cierran solas cuando llega la noche parecen como si estuvieran durmiendo. El árbol que había encontrado en Italia también recibía las buenas noches todas las noches, y el tío tomó la decisión de plantar uno en su jardín cuando le conté  ese episodio.
    "Hola!"                                  
    “¡Bienvenida Marió!"
    Entregué los melocotones al tío para que los coma la tía. En el camino hacia aquí los había conseguido al mercado al aire libre. Entonces me hizo una seña con los ojos hacia el jardín en donde, a la sombra del árbol de Nemunoki, estaba la tía en una silla de ruedas. Me acerqué a ella y ahí oí su voz baja cantando.

Nenne no Nemunoki Nemurinoki
Sacudiendo suavemente sus ramas
Cantaba de aquella noche
Nenne no Nemunoki cantaba la nana

A la sombra de las flores rosas
Oí la voz por casualidad
Pequeño susurro de Nemunoki
Cantaba nenne nenne

En la noche de mi tierra natal
Mi querído Nemunoki cantará todavía
Susurro de aquella noche
Nemunoki Nennenoki cantaba la nana


    Parecía que la tía estuviera vagando entre los recuerdos de su pasado y como si no estuviera más aquí en ese momento. Pero después de todo ella existía aquí cantando, y yo escuchaba su canción a su lado.
    "Le gusta estar acá para cantar”, me dijo el tío.
    "Acá tengo ya hecha la imagen para los volantes."
    Le mostré el dibujo. Le gustó y me dijo que era justo para el tema de la historia que iba a contar en el espectáculo pero no me habló nunca sobre ella diciendo que iba ser más divertido no saberla.
    Fueron tres días después de eso cuando me llamaron para avisarme que los volantes habían sido imprimidos. De inmediato me puse las zapatillas de deportes y me dirigí hacia el Chaya, pues pensaba distribuirlos de puerta en puerta por toda la ciudad. Empecé desde el extremo de la calle antigua que era cerca del salón de té y los puse uno por uno en el buzón. Cuando llegué al barrio de los mayoristas de madera, me acordé del señor Koinobori cuya casa debería estar en el alrededor de esa zona. Pronto se veía una casa en la cual estaban colgadas las bandejas de Koinobori detrás de las ventanas. No sabía qué hacer porque no había una campana y traté de correr un poco  la puerta. Estaba abierta.  
    "¡Hola!"
    Inmediatamente oí una voz desde la parte posterior. Era el señor Koinobori.
    “¡Hola Marió!”
    Enseguida apareció él en el hall de la entrada pasando el Noren, la cortina tradicional japonesa, y le di un volante del espectáculo. Me dijo al minuto que estaría con mucho gusto y se puso muy alegre.
    “Sabes que nosotros recibimos por fin un niño.”   
    "¡Qué bueno! Acá está un verdadero abuelo Koinobori. ¡Felicitaciones!”
    Así saludé el señor Koinobori quién era todo contento con cara risueña y volví a distribuir  los volantes de nuevo. Me llevaron tres días más para acabar ese servicio para avisar a todas las familias de la ciudad. Mientras tanto, de cuando en cuando, pensaba en tío Kantaro. Él nunca me había dicho pero seguramente le habría gustado llevar a la tía al espectáculo. Ese día le  daré una sorpresa al tío. La llevaré con la silla de ruedas al Chaya sin decirle nada.
    Luego hasta la noche de la luna llena nunca vi al tío Kantaro.