La Galería de Los Suspiros - I


    El embarcadero del ferry para cruzar el río está en Puerto Madero, el viejo districto del puerto de la ciudad. Desde el apart hotel de Recoleta en el que estaba alojándome hasta el muelle eran más o menos diez minutos en coche, si no había tráfico. Tomé cualquier taxi que circulaba en la calle principal. La zona estaba llena de turistas por lo tanto no era necesario llamar a un radio taxi; durante el día nunca faltaba uno vacío. Tenía que pasar por la aduana al menos una hora antes de zarpar. Aunque sea un viaje corto atravesando el Río de la Plata, hay que pasar la frontera. El taxi se dirigió hacia el muelle tomando la Avenida del Libertador. Cerca de la estación de Retiro, un punto importante de la red de comunicación de Buenos Aires, encontramos una gran confusión en la hora punta pero de todas maneras era imposible evitar un embotellamiento en esta zona que también estaba muy cerca de la entrada del barrio del puerto. El taxi dobló a la derecha antes de llegar a la carretera costera en la que se concentraban los camiones de carga pesada y los iba siguiendo a poca velocidad hasta el muelle de ferry.
      Para llegar a Colonia que está al otro lado del río hay cuatro servicios de ferry  por día, de los cuales dos son de alta velocidad. Pensaba tomar el de las once y media de la mañana, si no habría tenido que esperar hasta las siete y media de la tarde. En cuanto se terminó el procedimiento de embarque en el mostrador de facturación en la planta baja, me apresuré para ir a la entrada de la aduana. Ahí había una larga cola. El número de visitantes de Colonia está creciendo cada año desde que fue designado como Patrimonio de la Humanidad en 1997. Se puede también adivinar viendo su nombre que era aquí donde se desarrollaron los conflictos de colonización entre España y Portugal en la época del descubrimiento hace quinientos años. En menos de una hora se puede alejar del bullicio de la gran ciudad, haciendo un viaje como un salto en el tiempo en la herencia histórica, por lo tanto los turistas no dejan de hacer un viaje volviendo el mismo día.   
              
    Al subir por la escalera mecánica al segundo piso, el que estaba conectado con la cubierta del barco, ahí estaban los turistas extranjeros y se veían también las personas que hacían ida y vuelta entre Buenos Aires y Uruguay por trabajo. Me senté sobre el sofá y comencé a contemplar el paisaje de Puerto Madero a través de las ventanas, esperando la señal del embarque. Este puerto central donde fueron recibidos una vez los buques nacionales y extranjeros llegó a ser pequeño para el comercio actual y también por los avances de la deterioración; los grandes barcos vinieron al punto de anclar en el puerto del norte y en el del sur y la ciudad comenzó a desarrollar el plan de emergentes urbanas hace aproximadamente diez años. Los depósitos de ladrillo rojo alineados a lo largo del canal se transformaron en restaurantes para turistas y oficinas y en el muelle están atracados los yates blancos. Detrás de todo eso, en el área del terreno ganado al río se estaban construyendo uno tras otro los hoteles de lujo y los edificios altos de departamentos que se dice que es el nuevo estatus de Buenos Aires. El puerto perdió su función original y se convertió en la cáscara a la espera de los propósitos siguientes de la utilización. Vi en alguna parte la fotografía de los inmigrantes lavando la ropa con el agua de este canal, pero ahora no podría más imaginar tal acontecimiento por ese Puerto Madero modernizado.

    Subí al barco, elegí un asiento adecuado y me senté. Desde la ventana se veía el largo embarcadero que penetra en el río. Iba sólo a cruzarlo. Pero me sentía ansiosa viendo el agua estancada que no te dejaba ver por dónde fluía. Lo que se había hundido en estas aguas había supuestamente sido borrado para siempre de la historia, pero se podía sentir que había algo vivo en el lecho poco profundo del río.
    Se trataba del Río de la Plata, en la confluencia de los ríos Paraná y Uruguay que bajan de la cordillera en el noreste de Argentina, cuya anchura alcanza doscientos veinte kilómetros. El lodo del agua marrón empieza a sedimentarse y a cambiar su color, alcanzando por primera vez el agua del Océano Atlántico al oeste de Montevideo. Solís, el primero español que llegó a Colonia en 1515, había llamado al río “Mar Dulce” y trece años más tarde, fue Sebastián Caboto quien cambió el nombre por el del “Río de la Plata”, ilusionándose con la leyenda de los indios de que en el fondo de esa agua fangosa yace la plata.
     Mientras miraba el agua turbia a través de las ventanas en el ferry, noté que otras pequeñas ventanas aparecían reflejadas en ellas. Eran las ventanas del lado opuesto de la cabina y el agua ya no era más de color marrón sino que brillaba como el nombre del río. Al mismo tiempo, en esa vislumbre se iban a empequeñecer las altas torres de Buenos Aires. Me preguntaba pues cuál de los dos ríos estaba mirando, el de agua terrosa que tenía delante de mis ojos, o el de color de plata. Mientras tanto el buque avanzaba poco a poco y con fluidez.
    Al empezar a ser visible el muelle, el ruido del motor iba reduciendose. El barco se acercaba lentamente a la orilla siendo sacudido bastante por las olas que golpeaban la viga de puente y retrocedía repetidas veces. En frente, entre los árboles frondosos, se veía el faro blanco y la tierra de la plaza un poco desolada en el puerto estaba reluciente por el sol. El paisaje no se parecía nada a el de aquella grande ciudad que hace un momento había dejado.