El embarcadero del ferry para cruzar el río está en Puerto Madero, el viejo districto del puerto de la ciudad. Desde el apart hotel de Recoleta en el que estaba alojándome hasta el muelle eran más o menos diez minutos en coche, si no había tráfico. Tomé cualquier taxi que circulaba en la calle principal. La zona estaba llena de turistas por lo tanto no era necesario llamar a un radio taxi; durante el día nunca faltaba uno vacío. Tenía que pasar por la aduana al menos una hora antes de zarpar. Aunque sea un viaje corto atravesando el Río de

Al subir por la escalera mecánica al segundo piso, el que estaba conectado con la cubierta del barco, ahí estaban los turistas extranjeros y se veían también las personas que hacían ida y vuelta entre Buenos Aires y Uruguay por trabajo. Me senté sobre el sofá y comencé a contemplar el paisaje de Puerto Madero a través de las ventanas, esperando la señal del embarque. Este puerto central donde fueron recibidos una vez los buques nacionales y extranjeros llegó a ser pequeño para el comercio actual y también por los avances de la deterioración; los grandes barcos vinieron al punto de anclar en el puerto del norte y en el del sur y la ciudad comenzó a desarrollar el plan de emergentes urbanas hace aproximadamente diez años. Los depósitos de ladrillo rojo alineados a lo largo del canal se transformaron en restaurantes para turistas y oficinas y en el muelle están atracados los yates blancos. Detrás de todo eso, en el área del terreno ganado al río se estaban construyendo uno tras otro los hoteles de lujo y los edificios altos de departamentos que se dice que es el nuevo estatus de Buenos Aires. El puerto perdió su función original y se convertió en la cáscara a la espera de los propósitos siguientes de la utilización. Vi en alguna parte la fotografía de los inmigrantes lavando la ropa con el agua de este canal, pero ahora no podría más imaginar tal acontecimiento por ese Puerto Madero modernizado.

Se trataba del Río de la Plata , en la confluencia de los ríos Paraná y Uruguay que bajan de la cordillera en el noreste de Argentina, cuya anchura alcanza doscientos veinte kilómetros. El lodo del agua marrón empieza a sedimentarse y a cambiar su color, alcanzando por primera vez el agua del Océano Atlántico al oeste de Montevideo. Solís, el primero español que llegó a Colonia en 1515, había llamado al río “Mar Dulce” y trece años más tarde, fue Sebastián Caboto quien cambió el nombre por el del “Río de la Plata ”, ilusionándose con la leyenda de los indios de que en el fondo de esa agua fangosa yace la plata.
Mientras miraba el agua turbia a través de las ventanas en el ferry, noté que otras pequeñas ventanas aparecían reflejadas en ellas. Eran las ventanas del lado opuesto de la cabina y el agua ya no era más de color marrón sino que brillaba como el nombre del río. Al mismo tiempo, en esa vislumbre se iban a empequeñecer las altas torres de Buenos Aires. Me preguntaba pues cuál de los dos ríos estaba mirando, el de agua terrosa que tenía delante de mis ojos, o el de color de plata. Mientras tanto el buque avanzaba poco a poco y con fluidez.
