Tsukimachi Chaya - VI


    El almacén estaba construido sobre una muralla, ya que estaba ligeramente más alto que en el suelo, la Otsukimidai del Chaya era adecuada para ser el escenario. Los asientos eran dispuestos en un campo libre al lado y sobre la Otsukimidai estaban preparados el escenario para el teatro de Kamishibai y las sillas para los miembros de la banda. Ya iba siendo hora de la puesta de sol más allá del río bajo en el cielo oeste, y cuando apenas desaparece el último punto rojo en el horizonte, arriba de las montañas de cristal rojo, debería aparecer la grande luna redonda que se podría confundir con el sol.

    A medida que la butaca iba ocupándose, los músicos subieron al tablado cada uno con el instrumento en la mano. El escenario para el Kamishibai estaba bien visto siendo de tamaño más grande de lo habitual y montado en el centro. Cuando acabaron de preludiar los instrumentos de cuerda, pronto recibieron al director de la banda con aplausos. Por fin llegó el momento. Empezó a fluir suavemente el sonido del violoncelo, luego siguieron la viola y el violín. Tras el prólogo apareció tío Kantaro con un traje blanco. Sonó el Hyoshigi y se abrieron ágilmente las cortinas del teatro en ambos lados.  
    
    Érase una vez vivía una chica llamada Marió. Ella no tenía ni madre ni padre, así que sus tíos lejanos hacían el papel de sus padres.
    Marió, alegre y jovial, era querida por todos, no obstante tenía un secreto que no podía decirlo a nadie.
    Lo extraño era que cada vez que tuvieron la presentación musical por los colegiales en la escuela, Marió empezó a tener dolor de vientre. Sus tíos se preocuparon y preguntaron a Marió qué le estaba pasando. Entonces Marió, con mucho miedo, empezó a cantar.
    “¿Cómo es posible eso?”
    Los dos se quedaron de atónitos. Porque la voz de Marió era la de un violín.
    Enseguida la tía llevó a Marió al médico pero la rechazaron diciendo que ella no estaba enferma. Mientras tanto el tío buscó los documentos antiguos, preguntó a algún profesor de la universidad y también fue a hablar hasta con adivinos o magos. Pero nadie sabía responder porque su voz se había convertido en el sonido del violín.
    Un día el tío se acordó de una anciana que decían que vivía más allá del fondo de las montañas de cristal rojo. Quizás ella podría darnos un consejo; dijo él y se fue andando inmediatamente en esas montañas.  
    “Hola, hola.”
    Atisbó él en el interior de la caverna. Ahí estaba sentada una señora de edad.
    “¿Qué quieres?”
    “Hoy en día vine acá para pedirle un consejo.”
    La anciana, comprendido lo que quería el hombre, se fue un rato en el fondo del cavo y volvió con un cajón negro todo cubierto de polvo entre sus brazos. Lentamente lo puso delante de los ojos de él, lo abrió y dijo:  
    “Es el violín mágico.”
    “¿El violín mágico?”
    “Éste no hace el sonido.”
    “Pero ¿no estará roto?”
    “¡No digas tonterías! Ese violín, en lugar del sonido, sueña algo extraordinario.”
    “No me digas...”
    “¿Qué estás pensando? No es como lo que estás imaginando.”
    “No, no. ¡De ninguna manera!
    “Bueno.”
    A esa señora que tenía mucha intuición nadie podía mentir. 
    “Entonces ¿qué es algo extraordinario?
    “Son las palabras.”
    “¿Cómo?”
    Al escucharlo él se sobresaltó y se quedó boquiabierto por un rato. Ese sería el caso contrario de lo de Marió, por lo tanto no sería imposible. Según lo que dijo la anciana, ese violín cantaba aún sólo en la noche de la luna llena.
    “¿Sería lindo si se podría reemplazar la voz de Marió por la voz de ese violín mágico?”
    Pensando así le preguntó a la señora si le pudiera traspasar ese instrumento.   
    “Yo, sabía ya desde hace mucho que habría llegado ese día. Llévatelo porque ese violín pertenece a Marió.”
    Poco tiempo después, en la noche de la luna llena, el tío llevó el cajón negro a Marió.
    “Proba a tocar ese violín,” le dijo él. 
    Marió movió el arco por ahí y por acá como le había enseñado el tío. Ahí, de repente, empezó a escucharse una voz muy suave. “Ave maris stella, Dei Mater alma.” Se trataba de algo como una oración y esa voz temblorosa le daba la sensación de que era de un ser viviente. 
    “No sé porqué pero me parece que soy yo la que está cantando.”
    Dijo así y se puso a cantar poco a poco con el violín. Mientras estaba cantando, a veces se confundía con el violín, pero no se daba más cuenta con el paso del tiempo por la gran alegría.
    Desde ese momento Marió cantó con el violín mágico cada noche de luna llena. A pesar de pasar muchas noches cantando, las canciones no terminaban nunca. Este violín conocía muchas canciones que eran desconocidas para Marió.
    Aún esta noche, en algún lugar de la ciudad sin duda, estará cantando Marió. 
    Clic, clic, clic... con los golpes del Hyoshigi se cerró la cortina del teatro de Kamishibai y de pronto se apagaron las luces del escenario. Envuelto por la oscuridad, el público, uno por uno, empezó a irse de la Otsukimidai. Más allá a lo lejos de todo eso, aparecían vagamente las montañas apenas alumbradas por el claro de la luna.   

Tsukimachi Chaya – V


    Una semana más tarde terminé de pintar la imagen para los volantes. Como quería mostrarla en seguida a tío Kantaro, decidí llevarla a su casa, así aproveché esa ocasión para visitar la tía que no había visto desde hace mucho tiempo. La casa del tío estaba en un lugar tranquilo en las afueras de la ciudad vecina. Después de haber pasado un terreno llano sin ondulación más allá apareció un paisaje campesino plácido.
    En el jardín de tío Kantaro había un árbol de seda. En el verano sus hojas verdes se extienden como un paraguas y echan flores suaves como plumas de color rosa coral. Era en Italia en que me encontré con ese árbol por primera vez así que lo conocí por el nombre italiano ‘Albizia’ y no sabía entonces su nombre japonés. Ese árbol se llama Nemunoki cuyo nombre deriva de Nemuri-no ki, árbol del sueño. Sus hojas que se cierran solas cuando llega la noche parecen como si estuvieran durmiendo. El árbol que había encontrado en Italia también recibía las buenas noches todas las noches, y el tío tomó la decisión de plantar uno en su jardín cuando le conté  ese episodio.
    "Hola!"                                  
    “¡Bienvenida Marió!"
    Entregué los melocotones al tío para que los coma la tía. En el camino hacia aquí los había conseguido al mercado al aire libre. Entonces me hizo una seña con los ojos hacia el jardín en donde, a la sombra del árbol de Nemunoki, estaba la tía en una silla de ruedas. Me acerqué a ella y ahí oí su voz baja cantando.

Nenne no Nemunoki Nemurinoki
Sacudiendo suavemente sus ramas
Cantaba de aquella noche
Nenne no Nemunoki cantaba la nana

A la sombra de las flores rosas
Oí la voz por casualidad
Pequeño susurro de Nemunoki
Cantaba nenne nenne

En la noche de mi tierra natal
Mi querído Nemunoki cantará todavía
Susurro de aquella noche
Nemunoki Nennenoki cantaba la nana


    Parecía que la tía estuviera vagando entre los recuerdos de su pasado y como si no estuviera más aquí en ese momento. Pero después de todo ella existía aquí cantando, y yo escuchaba su canción a su lado.
    "Le gusta estar acá para cantar”, me dijo el tío.
    "Acá tengo ya hecha la imagen para los volantes."
    Le mostré el dibujo. Le gustó y me dijo que era justo para el tema de la historia que iba a contar en el espectáculo pero no me habló nunca sobre ella diciendo que iba ser más divertido no saberla.
    Fueron tres días después de eso cuando me llamaron para avisarme que los volantes habían sido imprimidos. De inmediato me puse las zapatillas de deportes y me dirigí hacia el Chaya, pues pensaba distribuirlos de puerta en puerta por toda la ciudad. Empecé desde el extremo de la calle antigua que era cerca del salón de té y los puse uno por uno en el buzón. Cuando llegué al barrio de los mayoristas de madera, me acordé del señor Koinobori cuya casa debería estar en el alrededor de esa zona. Pronto se veía una casa en la cual estaban colgadas las bandejas de Koinobori detrás de las ventanas. No sabía qué hacer porque no había una campana y traté de correr un poco  la puerta. Estaba abierta.  
    "¡Hola!"
    Inmediatamente oí una voz desde la parte posterior. Era el señor Koinobori.
    “¡Hola Marió!”
    Enseguida apareció él en el hall de la entrada pasando el Noren, la cortina tradicional japonesa, y le di un volante del espectáculo. Me dijo al minuto que estaría con mucho gusto y se puso muy alegre.
    “Sabes que nosotros recibimos por fin un niño.”   
    "¡Qué bueno! Acá está un verdadero abuelo Koinobori. ¡Felicitaciones!”
    Así saludé el señor Koinobori quién era todo contento con cara risueña y volví a distribuir  los volantes de nuevo. Me llevaron tres días más para acabar ese servicio para avisar a todas las familias de la ciudad. Mientras tanto, de cuando en cuando, pensaba en tío Kantaro. Él nunca me había dicho pero seguramente le habría gustado llevar a la tía al espectáculo. Ese día le  daré una sorpresa al tío. La llevaré con la silla de ruedas al Chaya sin decirle nada.
    Luego hasta la noche de la luna llena nunca vi al tío Kantaro.

Tsukimachi Chaya – IV


    Unos meses más tarde me llegó una invitación para una muestra. Se trataba de una sala de exposiciones que estaba en una pequeña ciudad costera. A mi respuesta, tan pronto me enviaron el esquema y las fotografías del espacio. Era un Machiya, una casa tradicional de madera, convertida en un espacio de demostraciones y se encontraba a pocos pasos de la playa. Era bastante visible desde la calle por lo tanto podría esperar que llamara la atención de la gente. Según el esquema se podrían exponer en la sala cuatro o cinco cuadros de grande tamaño, además algunos de tamaño pequeño. Así empecé a preparar los trabajos sin pérdida de tiempo.      

    Fue durante ese periodo en que recibí una noticia de Novel que decía lo siguiente.

    “Desde entonces, de repente, el estado de Mimmo se agravó y a pesar de que habíamos tomado todas las medidas posibles se fue al cielo.”

    Expresarle mi condolencia con las palabras convencionales no me gustaba y no iba a hacerlo. Sin duda, yo también tengo miedo de perder una persona querida. Pero es algo inevitable para todos y hay que superarlo. Nadie podría vivir estando cerrado en sí mismo, sin querer a nadie y sin sentir simpatía. Esos sentimientos se extienden como un tentáculo que es una parte del cuerpo. Así que cuando se corta, uno siente naturalmente un dolor fuerte como si fuera una cortadura en su cuerpo. Aunque sabíamos bien que iba a llegar un día ese momento de la separación, no podemos quedar sin extender nuestros tentáculos de los sentimientos. La conciencia no puede estar encerrada en el cuerpo y quiere salir de allí. Queremos amar alguien, encontrarse con los amigos para charlar y vivir entre ellos. Tal vez sería suficiente aún un espejo para salir un rato de nuestro mundo encerrado. Queremos asegurarnos si estamos allí sin falta, aún más allá de nosotros mismos, o sea dentro de los demás. La persona que ya se fue no vuelve más. No existe más entre esa persona y nosotros un tubo de comunicación en donde pasaba algo caliente, así que hay que reemplazarlo por otra cosa. Quizás Novel estaría rellenándolo con los innumerables recuerdos de él. No creo que sea inútil resucitar las memorias del pasado y pensar en esas cosas. Eso sería la capacidad más bella que uno pueda tener. Yo decidí dedicar esa exposición a Mimmo.   

    Luego me llegó de Novel una carta con un CD adjunto. Me lo envió como un recuerdo de Mimmo. Al mirar la tapa del CD, tan pronto me di cuenta de que se trataba del dibujo de Mimmo. Era la pintura de una habitación común que se podía encontrar en cualquier lugar: en el centro había una mesa con sillas, un sofá rojo y una planta al lado y sobre la mesa estaban un árbol pequeño, dos botellas y dos vasos. Desde la ventana de esa habitación vacía se veían la luna creciente y la torre de la iglesia.

     Mientras estaba un poco desmoralizada por la triste noticia de la muerte de Mimmo, inesperadamente vino a visitarme tío Kantaro. Era extraño pero él aparecía siempre en el momento justo como ese, como si pudiera saber lo que estaba pasando en mi corazón. Mirando el CD de Mimmo el tío me dijo así.

    "Aquí hay de todo."

    La habitación común en el dibujo representaba una vida modesta pero feliz. Quizás Mimmo hubiera querido decir así: no tienes que ir lejos, ni siquiera conquistar el mundo, sino cuidar las semillas de la felicidad que tienes dentro de ti por siempre y cultivarlas una por una.

    “En mi infancia quería conocer el mundo más grande y no me importaba del lugar donde estaba entonces. Solía suspirar mucho por los países extranjeros. No podía dejar de preguntarme qué existiría más allá del mar al cual afluye ese río. Pero después de haber viajado por todas las partes del mundo me di cuenta de que el lugar donde estaba yo era siempre un rincón del mundo, así como todos los otros lugares.” 

    Dijo tío Kantaro.

    “Hay una palabra ‘Homo Viator’ que significa que el hombre es un viajero. La verdad es que nosotros, viajando, estamos buscando siempre algún lugar para volver.”
 
    Ya sabía de lo que estaba hablando tío Kantaro. Se trataba del lugar al cual habíamos pertenecido antes de nacer. 
 
    "El viaje para llegar a la eternidad empieza en el momento en que uno viene a ese mundo. No hay que ir de prisa, porque se trata de un camino eterno.”

    "¡Que bien dicho!”

    "¡Hahaha! Son las palabras de un cierto profesor universitario."

    Tío Kantaro se rió a carcajada. Luego le mostré mis trabajos que pensaba llevar a la exposición.  

    “Estoy pensando en poner como título ‘Mujer’ a esa muestra porque me gusta el sonido suave de esa palabra.”

    “Éste parece esa ciudad flotando en el útero, ¿verdad? ¿Sabías ya antes de nacer los paisajes y las personas que irías a conocer acá?” 

    Tío Kantaro le puso a ese cuadro un nombre. ‘Seishuku’, literalmente quiere decir la concepción de una estrella y eso me gustó. Miramos todas las obras con tranquilidad y nos dimos cuenta de que en cada pintura había algo que nos  recordaba a la maternidad. No ponía mi intención ni proyecto sino expresaba simplemente lo que fluía espontáneamente desde mi interior, convirtiéndolo todo en el color y la forma. Me gustaba pintar libremente, porque sólo en esa manera pensaba que podría encontrar la parte desconocida de mi interior y que el ‘yo’ que estaba viviendo oprimida en el silencio pudiera sonreír un poquito. Quizás se trataba de una pequeña fuerza para renacer o mi adoración interior para la vida, todas estas flores de la matriz en el lienzo.
   
    Terminé la preparación para la exposición y tomé un pequeño descanso, mientras tanto me llegó una noticia del Chaya diciendo que iba a organizar un Concierto con el Kamishibai de tío Kantaro con la banda musical del pueblo vecino. Era de costumbre celebrar algún evento en la noche de la luna llena en ese salón de té y esa vez llegó por fin el turno a tío Kantaro.     

    Pronto el tío tuvo una reunión con el director de la banda y me llamó para que asistiera en el Chaya. Es que no era la primera vez que lo veía; hace tiempo tío Kantaro me había llevado a su concierto, pero nunca tuvo la oportunidad de sentar juntos a la misma mesa. Mientras estaba en el salón hojeando un libro de pinturas aparecieron los dos juntos. El director, un hombre muy tranquilo, contrastaba con tío Kantaro que era el cuentista del Kamishibai que amaba hablar. Sin embargo, él que era pacifico e inmutable típico de un músico, abordó lo siguiente con un aire de extrañeza.

    "Éste es el rumor que corre entre los miembros de la banda, es que en esas montañas se oye el sonido del violín en la noche de la luna llena.”

    “¿De verdad? Es interesante."

    El escritor del Kamishibai tenía los ojos más radiantes que nunca. El director continuó.

    "Dicen que estaban muchos cristianos escondidos (los cristianos que continuaron a practicar el cristianismo en secreto en la época feudal) por aquí. Incluso la misa desde hace mucho tiempo lo más probable es que celebrase en algún lugar en secreto. Y es muy posible que sea el violín el que la acompañaba. Creo yo que desde ese hecho había nacido esa leyenda de que se escuchaba el sonido del violín en la noche de la luna llena. Todo eso está mencionado en el libro sobre un excelente violinista que había tenido esa ciudad hace muchos años.“

    Cuando terminó de hablar el director, se le ocurrió algo al tío y sacó una cosa de su bolsillo. 

    “Hace un tiempo mientras estaba caminando en las montañas encontré una pequeña caverna a la cual se podía entrar apenas poniéndose en cuclillas, sin embargo el interior era bastante amplio. Éstas se encontraron allí. En el suelo había una cantidad considerable de piedras rojas.” 

    Eran piedras rojas iguales a aquellas que me había traído tío Kantaro antes. Sólo que éstas todas tenían unas rayas. Dimos una mirada más cercana a las que tío Kantaro tenía en la palma de su mano. En efecto ahí se veía algo grabado. Parecía una letra o tal vez una cruz.

    “¿Esa caverna no podría ser el lugar para la misa?"

    Dijo el director tomando las piedras en su mano. Luego ellos dos continuaron a charlar hasta altas horas de la noche, sin embargo yo me puse al camino de regreso a casa apenas después que me dieron el encargo de dibujar algo para los volantes de ese evento.

 

Tsukimachi Chaya - III

  
    En la calle más antigua de esa ciudad había un salón de té (Chaya). Hace mucho tiempo era un viejo almacén. Un día me llamó tío Kantaro para que yo vaya a ese lugar. Me dijo que en ese Chaya habría una muestra de Koinobori, las banderas tradicionales japonesas con forma de carpa y se trataba de un diseñador que residía en esa ciudad. Eso sonaba muy interesante a mí también. En la zona de los mayoristas de madera se podía oír ligeramente los árboles fragantes. Eran las maderas apoyadas bajo el alero. Esos árboles talados llegaron aquí desde aguas arriba siguiendo la corriente.

    Abrí la Koshido, la corrediza enrejada, y entré en el Chaya cuyo piso de la entrada era de hormigón llamada Tataki que continuaba hasta más allá del pasillo. El almacén que se había convertido en un salón de té se encontraba en la parte posterior de la casa. Mientras que me estaba quitando los zapatos para entrar oí una voz desde atrás. Era tío Kantaro. Pusimos en orden nuestros zapatos, nos pusimos las pantuflas y entramos en el salón. Los suelos de madera hacían ruido por cada paso.  

"¡Oh, bienvenidos!"

    Nos saludó un hombre más o menos de la misma edad del tío. Fue el diseñador de las banderas de Koinobori. En el techo del almacén estaban colgadas las obras en varios tamaños de colores brillantes, todas pintadas a mano. Miramos una por una con mucha atención y luego nos juntamos con el artista para tomar un té. Esa persona por muchos años se había dedicado a la fabricación de Washi, el papel japonés, en esa ciudad. Un día se le ocurrió hacer una Koinobori con ese papel. Para tío Kantaro, que era artista del Kamishibai, el señor Koinobori podría ser un buen amigo de tertulia.    

    “Lo extraño es que los niños son todos completamente distintos desde su nacimiento. A veces pienso que cada uno haya llegado acá desde una estrella diferente.”

    Tío Kantaro, el productor del Kamishibai, nos llevó al mundo de fantasía como de costumbre.   

    “Hace mucho tiempo decían que los niños de hasta siete años pertenecían a Dios. Bueno, yo tampoco puedo dejar de pensar que sean los regalos de Dios  para que los cuidemos. A propósito ¿saben que faltará poco para que nos deje uno a nuestra familia también?”

"¡Qué bueno, te felicito! Entonces tengo que llamarte abuelo Koinobori."
 
    El señor Koinobori nos mostró una tímida sonrisa por lo que mencionamos. Estamos hablando por algún tiempo, y de repente tío Kantaro propuso ir a ver la luna. En la parte trasera del Chaya había una torreta japonesa llamada Yagura, y desde ahí se podía ver bien la luna, por lo tanto la gente la llamaba Otsukimidai, la torreta para gozar de la luna. Cuando ésta salía más allá de las montañas, el reflejo de la luz oscilaba en el río. 

    "Tal vez sería ‘una carpa’ la que habita en la luna y no un conejito."
 
    Cuando dije así, tío Kantaro dijo que le gustaría escribir algún cuento para el Kamishibai inspirándose en eso.   

    Abrí la puerta de madera y salimos afuera. Ya era el momento de caer la noche. Por las escaleras construidas al lado del almacén subimos a la Otsukimidai y ahí, el parasol llamado Jyanome, lo habían ya eliminado para crear un espacio más abierto. Pronto aparecería la luna; el cielo azul oscuro empezó a profundizarse y se iluminó detrás de las montañas. Al poco rato las nubes en el alrededor empezaron a moverse, tomando el color naranja y brillando como los arreboles, y ahí se veía la luna redonda. Esa noche ella estaba llena.     

    Había una noche en la cual la luna era llena. En un río en alguna parte cayó una luz desde el cielo. Esa se convirtió en un pez de oro y comenzó a nadar. Un día, una  golondrina volaba arriba del río y se extrañó que el agua estuviera brillando fuerte y atisbaba lo que pasaba adentro. 

    ¡Splash! De repente el pez saltó afuera con las salpicaduras de agua como una fuente. ¡Splash! Una vez más dio un salto.  

    “Bueno, una vez más. ¡Splash!”

    “Hola señor pez, ¿qué estás haciendo?”
  
    “Estoy haciendo un ejercicio para volar.”

    El pez tenía muchas ganas de volar como los pajaritos que le sobrevolaban.

    “Bueno, entonces te enseñaré yo cómo volar. En su lugar, enséñame cómo nadar por favor.”  

    La golondrina admiraba mucho el pez de oro y le propuso una condición de intercambio.   
  
    "Bueno, entonces nos vemos en la noche de la luna llena aquí."

    Desde entonces, cada día, el pez practicó a volar y la golondrina, a su vez, a nadar en el agua. Así cada vez que se encontraban en la noche de la luna llena, los dos volando y nadando juntos se convirtieron en uno. 

    Después de haber pasado un momento divertido con ellos, volví a casa sola y mientras que me calentaba delante del Irori contemplaba las piedras rojas colocadas al umbral de la ventana. Eran las piedras rojas del sílex que el tío me había traído de las montañas hace un tiempo. Elegí una ventana soleada por la cual entraban más los rayos del sol de la mañana como me había dicho el tío. Las montañas en donde solía ir tío Kantaro se llamaban ‘las montañas del cristal rojo’ y para ser llamada así había una buena razón.

    "Por un largo tiempo no sabíamos nada de la capa geológica de esas montañas, pero por fin descubrieron que están hechas de nieve marina."

    Según lo  que me explicó tío Kantaro, hace mil millones de años atrás esas nieves marinas depositadas en las grandes profundidades marinas, gastando cientos de millones de años, se elevaron por el movimiento de la corteza. La nieve marina está formada por varios organismos microscópicos cuyo fósiles de zooplancton compuesto de un cierto tipo de mineral como el sílice, o sea el cuarzo y teñida de rojo de orín por fotosíntesis de fitoplancton. El tío que había caminado mucho en esas montañas para encontrar la madera adecuada para hacer el escenario y el Hyoshigi conocía todos sus rincones, y estaba orgulloso de eso. Esa caminata que hacía él me parecía como su peregrinaje.


   Esas pequeñas piedras rojas de nieve marina formadas hace cientos de millones de años atrás me hicieron pensar que la vida que estamos viviendo es un acontecimiento momentáneo. La nieve marina se acumula dos micras por año y para llegar a la altitud de esas montañas tardan doscientos millones de años. Tío Kantaro reía cuando le dije así. 

    “Quisiera  convertirme en cenizas y hundirme en el fondo del mar gastando unos cientos millones de años como la nieve marina y convertirme en una piedra roja que va a ser recogida y colocada cerca de la ventana por alguien.” 


Tsukimachi Chaya - II


    La primera cosa que tenía que hacer volviendo aquí era hacer las compras en gran cantidad, mínimo para una semana, porque no había nada alrededor de la casa. El día de las compras, tenía que levantarme bastante temprano porque necesitaba más o menos una hora en coche para llegar al mercado más cercano y además la mayoría de las tiendas se retiraban antes del mediodía. Las verduras y las frutas las trajeron los agricultores locales, y si había algo fresco de aquel día, la carne y el pescado llegaban desde la grande ciudad.

    Cuando volví en casa el fuego del Irori que había puesto antes de salir ya estaba prendido. Sobre la mesa quedaron acumulados los libros sin haber sido leídos desde hace mucho tiempo. Tomé uno y lo hojeé mientras estaba dormitando. En ese momento oí una voz que me estaba llamando por el nombre. Podrían ser mis imaginaciones pero de pronto oí golpear las ventanas. Eché un vistazo afuera, ahí vi que estaba tío Kantaro.     

    “¡Hola, Marió! Pasé por aquí, por eso vine a tu casa. Pensé que estuvieras porque estaba tu coche. “

    “Venga. Vamos a tomar un té,” dije alegremente.

    Tío Kantaro vivía en un pequeño pueblo vecino. Él dejó la compañía para la cual había trabajado desde hace muchos años y empezó a dedicarse a la producción del Kamishibai, el teatro típico japonés con papeles dibujados que lo presentaba en varios lugares. A veces pasaba por ese pueblo en donde vivía yo para procurarse la madera para hacer el escenario y el Hyoshigi, dos pedazos de madera que sirven para ese teatro. Tío Kantaro se sentó sobre un cojín delante de la chimenea y miró la tetera de hierro. El agua estaba ya hirviendo.

    “¿Como está la tía?”, pregunté curiosamente.

    “Está bien,” me contestó.

    El motivo por la cual dejó su trabajo era porque tenía que cuidar a su esposa encamada desde hace dos años. Cada día le contaba historias con las ilustraciones originales del Kamishibai, que era para él un pequeño placer.  

    “Parece que está más contenta cuando le muestro el Kamishibai.”
 
    Tío Kantaro dijo así con un poco de vergüenza. Ese día yo también tenía muchas cosas que le quería contar a él: la de la imagen que había encontrado en Colonia, la del festival de jazz y la visita a Mimmo y la del violín, etc.

    "A propósito escuché una linda historia en Argentina," le dije yo.
 
    Era en un café que tenía un nombre raro ‘Sálvame María’ en donde yo, Mimí y su amigo de Salta, nos reunimos después de haber visto el vidente justo por curiosidad. Nosotros tres hablábamos del violín y algo me quedó grabado de esa conversación.

    “Ese amigo es de una familia de músicos de la música popular del norte argentino. Dijo que todos los miembros de la familia habían podido tocar el violín hasta los tiempos de su abuelo y solían salir afuera de la casa después de la cena para practicar el violín bajo las estrellas.“

    Tío Kantaro escuchaba mi historia en silencio.
   
    “Y me dijo que sentía mucho miedo cuando el sonido del violín resonaba demasiado.”

    Entonces el tío comenzó a hablar.  

    "¿Sabías que el violín tiene un alma?”
 
    "¿Un alma?", le pregunté sorprendida.

    "Es un tipo de palo de soporte fino y pequeño que tiene la función importante de transmitir la vibración de la tapa exterior a la tapa posterior y a menos de eso, el violín no podrá sonar. A pesar de todo, ¿a quién le habría podido ocurrir de llamar ese palito ‘el alma’?”    

    "¿No podría ser Da Vinci?”

    Me eché a decir sin querer ese nombre.
  
    “Realmente podría ser él. En efecto era él quién dijo lo siguiente: el alma desea vivir con el cuerpo porque sin los miembros de ese no puede ni actuar ni sentir. “

    Mientras que hablábamos se me ocurrió la figura de un anciano tocando el violín bajo las estrellas.

    "Y cuando el sonido del violín resuena en todas las partes de las montañas algo bajó del cielo y llevó al anciano en algún lado."

     Contó el tío con entonación del Kamishibai.

    “¡Ya veo! Los extraterrestres lo sabían ya de que se trataba ‘El Hombre de Vitruvio’, y ahora entendieron que el violín también tiene el mismo sentido de ese dibujo,” así dije yo. 

     Nuestras imaginaciones iban creciéndose sin límite.

    “A propósito, hay una buena historia que habla del violín para el Kamishibai. Se llama ‘El violín del viejo caprino’.”  

    Tío Kantaro empezó a contarme la historia del caprino con mucha entonación y sensación real del teatro de Kamishibai.

    En el bosque, el viejo caprino se perdió, se extravió y se metió en la casa de un lobo.... Acá voy a terminar por ser comido.... ahora ¿qué haré? ¡Ah, si, voy a probar a tocar el violín! Cuando el lobo escuchó el sonido de ese instrumento sintió mucho miedo de comer ese caprino.


    El tiempo pasó en un abrir y cerrar de ojos cuando hablaba con el tío quién no agotaba nunca los temas de conversación. Yo que no tenía familia, él era como si fuera un padre.

    "¿Estás puliendo bien tu espejo?"

    Cuando ponía un poco la cara triste y melancólica, el tío me dijo siempre así para animarme.

    “No eres tu la que pone la cara triste y melancólica, es tu espejo a el que se le ensombrece el semblante.” 

     Fue él quién me enseñó el placer de la pintura y me repetía siempre para mejorarla diciendo lo siguiente.

    “Traza el contorno bien grueso y claro. Aunque sea deformado no importa. Lo más importante es saber perfectamente lo que quieras diseñar.”