La Calle Solferino – VI


    Cuando dejé la casa de Marcello, el reloj marcaba ya medianoche pasada. Saludé a Nicolino y Enrico, y me dirigí sola hasta el estudio de Manzoni. Andando despacio por la calle  pensaba en un cuadro que estaba mencionado en los textos que me había enviado Chinoken. Se trataba del ‘Retrato de Leda” de Da Vinci. Pero la obra original fue descartada y existe actualmente sólo la copia. Me dijeron que esa copia se encontraba en La Galería Uffizi, sin embargo cuando fui yo, estaba de préstamo a algún museo de Roma. Ese retrato representaba un episodio del mito griego y estaban dibujados Leda, Zeus metamorfoseado en cisne. Y según los documentos de Chinoken en la frente de uno de los niños estaba marcado el nombre Gaspard y algún investigador suponía que eso podría ser el nombre del lutier Gaspard Tieffenbrucker, quién estaba en buenas relaciones con Leonardo Da Vinci. 
    En cuanto a Leda quedan algunos dibujos de los estudios. Su pelo rizado sobre las orejas y su occipital diseñado en los dibujos tienen algo del caracol del instrumento. Además esa mujer está de pie... mientras caminando sola, mis imaginaciones iban soltándose.

    ¿Por qué desapareció el original? Algunos dicen que había descartado él mismo por el contenido del motivo sensual: en esa época era un tabú expresar un tema erótico. Pero ¿un hombre como Da Vinci se habría preocupado por tal cosa? Me preguntaba si hubiera sido otra cosa su interés.
    En ese cuadro hay otro motivo: metamorfosis. Mirando el cisne, en realidad  estamos mirando Zeus en el subconsciente. Es algo como ocurrió a mí: mirando el cuadro de Rafael, reemplazaba el Niño Jesús por un Stradivarius. Y él, ¿no habría prestado atención al éxito de seducción de Zeus por la metamorfosis?
    “Había una cosa que aun Da Vinci no pudo demostrar su sección áurea,” así dijo Enrico. 
    “Es complicada, la voz. No se ve y es igual como Zeus. ¿Como podría hacer para que atraiga la gente metamorfoseándola en algo? ¿No habría una persona que podría producir perfectamente “la voz” aplicándole enteramente la sección áurea?”
    No había posibilidad de saber si hubiera dicho así el genio renacentista pero se me ocurrió comentar esa hipótesis con Chinoken.
    Me gustaría sostener la idea de que el encuentro entre Da Vinci y Tieffenbrucker hubiera conducido el instrumento a venir al mundo, no por el punto de vista racional o teórica sino por mi preferencia. Sería más novelesco, ¿no es cierto?
    La verdad es que hay distintas opiniones sobre el origen del violín. No está del todo equivocado en la teoría de la derivación de los instrumentos antiguos árabes o indianos. A pesar de todo sería difícil pensar que hubiera existido ya antes la proporción perfecta y tan equilibrada que tiene el violín y todavía queda como estaba aún después de unos centenares de años. Así que no es tampoco extraño que tenga alguna relación Da Vinci con este asunto.”   
    Te digo otra cosa más. Es que antiguamente para diseñar el violín, se usaba la forma de un círculo con un decágono dentro. Por eso cuando vi la foto de la Madonnina en que se ve la luna llena con la cruz*, me recordaba del violín.
* En el idioma japonés, la cruz se escribe con la letra que simboliza el número diez.

    Nunca había pensado que el diseño del violín se basara en la forma de un círculo y decágono. Habría podido sólo Chinoken imaginarlo hasta ese punto mirando la luna llena y la cruz en aquella foto de Nicolino. Mientras andando por la calle Manzoni en el calor sofocante estaba pensando en el asunto. Ya era hora de irme de Milán y antes de partir quería ver una vez más la estatua de la Madonnina de Duomo.  
    Pasé por la plaza enfrente al Teatro de La Scala en donde se encontraba la estatua de Da Vinci, salí de la Galería, y ahí apareció delante de mis ojos una inmensa construcción gótica. La estatua dorada estaba de pie con la cruz en la mano en el punto más alto de la catedral. ¡Qué figura tan vigorosa! Me quedé encantada pero justo por un rato; enseguida tuve vértigo al ponerme de pie por los fuertes rayos del sol de la tarde y entré dentro la catedral, en donde me sentí protegida del bullicio del mundo exterior. Tomé asiento y miré desde lejos numerosas pinturas religiosas colgadas en las paredes. Echando una mirada hacia arriba, de repente me llamó la atención la imagen de Cristo crucificado. Justo debajo de la estatua de la Madonnina estaba colgado desde el techo y esa imagen me parecía una nueva vida a la espera de su nacimiento dentro de grande matriz, la catedral. En ese momento, lentamente en mi cabeza, se pusieron a reproducir unas imágenes. Ya sé, la cruz que tenía ella en la mano sería la de la crucifixión.
    Una noche una mujer había puesto furtivamente un trípode en el suelo por donde tenía que pasar un fotógrafo quién habría detenido la mirada en él.
    Volviendo a la catedral, sacó la crucifixión y subió a la cima del templo.
    Se acercó el fotógrafo. Abrió el trípode y empezó a sacar las fotos. Como se había proyectado, la cruz ocupó bien el círculo de la luna llena.
    La mujer murmuró a sí misma.
    “Que la voz ilumine la oscuridad de mi cuerpo.”    
    En ese momento, en la luz de la luna, resonó el violín con el primer vagido.
    Cuando salí afuera, los rayos deslumbrantes de antes se habían ya calmado. Llegó la hora de despedirse de Milán.
    “Te agradezco mucho por haberme dejado soñar con el violín tanto tiempo.”
    Dije así a la Madonnina y dejé atrás el Duomo.