El Bosque de Celimontana - I


   Desde entonces decidí pintar bajo la dirección de Mimí por varios meses. No se trataba de una lección o clase en particular pero simplemente compartimos el espacio y trabajamos juntas. Para mi era una buena ocasión de aprender con Mimí quién tuvo muchas experiencias y una larga carrera de pintura. Pintando ella escuchaba todo el tiempo el jazz para inspirarse. A veces cuando estaba de mal humor, dejaba todo e iba al club de jazz para despejarse y cuando su trabajo no avanzaba, quedaba así por algunos días sin hacer nada.
    “Cuando no anda, no anda. En ese caso nada es mejor que hacer algo totalmente distinto.”
    Un día un amigo de Mimí, un productor de música, nos invitó a un concierto de jazz. A mi sorpresa el músico invitado de afuera fue el compañero de mi ex profesor de jazz. Yo, durante un breve tiempo, estudié jazz con Mimmo, célebre guitarrista. Mimmo tocó por un largo periodo con ese músico pero empezaron a discrepar en sus opiniones con respecto a música y al final llegó el momento de la separación.
    “Nosotros tenemos algo demasiado distinto como objetivo.”
    Desde ese momento, además de enseñar en una escuela de música, Mimmo desarrolló sus actividades sin encerrar la creatividad sólo en el mundo de la música. Por ejemplo una colaboración con un fotógrafo “Improvisación y la música para las imágenes” organizada por Mimmo fue un intento muy innovador con el cual uno percibe más dimensiones en el contacto entre los dos elementos. En efecto cuando escuchaba la música de Mimmo, aparecían colores y formas como si él estuviera pintando un cuadro con las notas musicales. Antes yo escuchaba todo el tiempo la música; era demasiado hasta no poder más. Sin embargo, casi nunca escucho más desde cuando empecé a pintar y me preguntaba porque me sucedió eso. ¿Serían los colores los que están reemplazando a las notas musicales? Es que lo que yo estoy buscando en la pintura sería de la misma naturaleza de la que tiene la música.  

    Por otra parte el compañero del cual Mimmo se separó por una pelea, ascendiendo al estrellado se alzó gloriosamente al nivel más alto. Pero Mimmo nunca tuvo celos de él, al revés se sentía orgulloso de su éxito. Trascurrieron diez años y cuando su trabajo ya marchaba muy bien, de repente le sucedió una desgracia. Mimmo cayó en un estado de coma por un problema cerebral. Fue imposible saber los detalles de la causa; si era por una enfermedad o un accidente, pero sus noticias llegaron hasta donde me encontraba.
    
    A principios de mayo, cuando se sentía la cercanía del otoño, esperaba la llegada de Mimí delante del Teatro Coliseo en la Avenida Marcelo T. de Alvear. La entrada del teatro fue un hervidero de fervientes admiradores de ese grande trompetista. Se veía que su fama había echado raíces profundas acá también. Consultando el reloj disimuladamente miré hacía la Avenida 9 de julio. Ahí apareció Mimí en la calle para peatones.

    Abriendo camino entre la multitud, nos adelantamos en la sala donde podían estar unas quinientas personas. No era muy grande pero tenía la buena acústica. Esa noche el músico fue acompañado por un pianista novato llamado Mago. Era un pianista muy prometedor del cual la gente hablaba ya mucho. Toda la sala se puso emocionante por su repertorio original de estilo latín. El músico destacado nos fascinó no sólo con la distribución y intensidad muy refinadas del sonido, sino con la belleza sofisticada matemática y geométrica también. Realmente era intachable.  

    “Si Miguel Ángel hubiera tocado la trompeta habría sido como este trompetista.”     

   Mimí estaba toda admirada de su música. En cuanto a mi, no podía desviar aun un segundo los ojos del pianista que estaba acompañando a él.   
    “Parece que sus dedos estén pegados al teclado como un gel...”
    Teníamos planeado ir al camarín después del concierto y encontrar a Miguel Ángel para informarle de lo que había pasado a Mimmo. En el fondo del pasillo, al lado de la sala, se habían ya reunidos muchos aficionados e interesados, pero la vigilancia era extrema y se prohibía la entrada a toda persona ajena. Nosotras llamamos al vigilante y enseguida nos hizo entrar; nos imaginábamos esta situación y habíamos pedido al productor con anticipación el permiso de entrar en el camarín. Delante, unos periodistas estaban concentrados para tomar las notas. Ahí debería de estar Miguel Ángel y no era el momento justo para hablar con él. Al mirar hacía el rincón del pasillo estaba descansando, apoyando el codo sobre una mesa, aquel pianista que acabó de exhibir sus maravillosas interpretaciones.
    “¡Nunca había escuchado una ejecución tan espectacular!”
    “¡Gracias!”
    Charlamos con él un rato hasta que se termine el interviú a Miguel Ángel. El pianista prometedor nos contó que tenía la agenda toda cargada de ahora en adelante. 
    “En el mes de julio voy a tocar en el festival de jazz en Roma. Si tienes alguna ocasión de llegar a Italia ven a escucharnos. Luego en Tokio voy a tocar en el festival de Ginza.”         
    “A lo de Tokio, no creo, pero tal vez podría ir al festival de Roma. Tendría que estar en Roma justo en este periodo.”
    Al oírme, Mago tomó un pequeño pedazo de papel y anotó el lugar y la fecha del festival.
    “¿A dónde está Villa Celimontana?
    “Es un bosque cerca del Coliseo.”   
    Pronto se veía el gran músico salir del camarín con sus aduladores. Nosotras enseguida nos acercamos a ese hombre, le hablamos de lo que le había ocurrido a Mimmo. Ese músico, sin  mostrar aire ninguno de sorpresa, nos contestó;
    “Es un pobre tipo. Espero que no me ocurra a mí esa cosa.”      
    Nosotras las dos nos quedamos atónitas.
    “¡Qué imbécil, no tiene corazón!”
    Dijo Mimí estupefacta.  
    “El verdadero Miguel Ángel no habría dicho así. El que podría hacer la pintura con las notas musicales es Mimmo. Esta vez cuando voy a Roma, iré a visitarlo después del festival.
    Tres días más tarde recibí un correo electrónico: se había despertado del coma.