La Calle Solferino – I


    Por fin visité a Mimmo. Desde un tiempo era mi preocupación. Además pude disfrutar del festival de jazz. Así terminado mi quehacer en Roma, me estaba yendo a Milán. Por fortuna, tenía un amigo que me dejaba usar el departamento durante su ausencia. Bajé a Vía Montenapoleone del subte y fui a dejar mi equipaje en ese departamento, luego me dirigí hacia la calle Solferino en el barrio de Brera. Hacía mucho calor durante el día en Milán. Caminando por las calles sentía el calor de adoquines en las plantas de pies.
    Ese día por la tarde iba a encontrar a dos compañeros universitarios en un pub de estilo inglés cerca del Museo de Brera. Uno era liutaio Chinoken y otro un fotógrafo Nicolino. En general Chinoken desarrollaba sus actividades en Berlín pero viajaba con frecuencia por todas las partes de Europa por su trabajo así que encontrarse él en Milán en ese momento no era el caso excepcional. Por otra parte Nicolino se mudó desde Nueva York y se estableció en Milán. Mientras esperaba a ellos tomando un ginger-ale, por casualidad vi una cara conocida entrar en la tienda. Él, que tenía aire de artista profesional con el pelo largo recogido, quedó igual como antes y no había cambiado por nada. Era uno que había conocido mientras frecuentaba la escuela de Yoga de Ambrogio y justo en ese periodo comencé a estudiar la pintura. La escuela era el punto de encuentro de varios artistas como pintor, fotógrafo, escultor, cantante lírica, bailarín, actor.
    “¡Hola, Masa!"
    “¡Ah, mira quién se ve, qué sorpresa!”
    “Aquí estoy viendo mis compañeros de universidad.”
    Le pregunté a Masa si podría asistir a nuestra reunión antes de irse en casa.
    “Bueno, a propósito, ¿quieres ver mi trabajo, lo que voy a exponer en Kobe?”
     Masa abrió su cartera y sacó su pintura. Era la acuarela de miniatura muy delicada en el tono pastel y me daba la sensación de paz. Su verdadera profesión era artista plástico pero él tomaba parte en muchas cosas: los descubrimientos y promociones de los artistas de talento, el consejero de la moda y recientemente el consultor del comercio exterior. Así demostraba sus capacidades en varias cosas. Mientras Masa me contaba qué era de su vida últimamente, llegó Chinoken.   

    “¡Hola! Siento haberles hecho esperar.”  
    Le presenté Masa a Chionken y pedí otro ginger-ale para él.
    “Fui a Parma esta mañana pero ahí hacía más calor, era incomparable con lo de Milán.”  
    Cada vez que venía en Italia, Chinoken iba a Parma en donde había trabajado antes.
    “¿Fuiste a Parma con aquel propósito?   “Sí, miren.” 
    Bajó su mochila y la abrió sobre la mesa. Ahí se veía un jamón prosciutto entero de Parma.
    “¿Lo vas a llevar en Alemania?”
    “Sí. ¡La que me gusta más de Italia es la comida!”
    Yo, quería contar a Chinoken sobre aquella pintura de la mujer desnuda, la que había visto en la galería de Colonia porque esa pintura tenía alguna relación con el violín.
    “Acá está la foto del cuadro.”
    Puse la cámara enfrente de ellos, en el cual había guardado la foto de la pintura.
    “Me parece que esta mujer está sufriendo de algo, y siendo puesta entre la espada y la pared no tiene más salida.”
    “Podría escapar sólo hacia arriba habiendo la pared detrás.”
    “A ver, hay otra salida. Tal vez podría escapar en este lado donde estamos nosotros mirando ese cuadro.”
    “¡Verdad! Podría escapar de la pintura y venir a nosotros. A propósito, ¿qué estará escribiendo en la pared?”
    “A mí parece nada más que una línea,” dije yo.
    “Es que el pintor había dibujado esta mujer mirando una foto del cual estaba escrito una palabra: violín.”
    “¿Verdad? Para mí la forma del violín representa el cuerpo femenino. Acá se ve bien con la mujer desnuda.”
    Dijo Chinoken sonriendo.
    “O sea que sería un violín puesto en el rincón de un cuarto. Pues, ¿sería el sonido que quiere escapar hacia donde estamos? 
    Diciendo así Masa se levantó de la silla y pidió a la barra otro vaso de ginger-ale.