Tsukimachi Chaya - II


    La primera cosa que tenía que hacer volviendo aquí era hacer las compras en gran cantidad, mínimo para una semana, porque no había nada alrededor de la casa. El día de las compras, tenía que levantarme bastante temprano porque necesitaba más o menos una hora en coche para llegar al mercado más cercano y además la mayoría de las tiendas se retiraban antes del mediodía. Las verduras y las frutas las trajeron los agricultores locales, y si había algo fresco de aquel día, la carne y el pescado llegaban desde la grande ciudad.

    Cuando volví en casa el fuego del Irori que había puesto antes de salir ya estaba prendido. Sobre la mesa quedaron acumulados los libros sin haber sido leídos desde hace mucho tiempo. Tomé uno y lo hojeé mientras estaba dormitando. En ese momento oí una voz que me estaba llamando por el nombre. Podrían ser mis imaginaciones pero de pronto oí golpear las ventanas. Eché un vistazo afuera, ahí vi que estaba tío Kantaro.     

    “¡Hola, Marió! Pasé por aquí, por eso vine a tu casa. Pensé que estuvieras porque estaba tu coche. “

    “Venga. Vamos a tomar un té,” dije alegremente.

    Tío Kantaro vivía en un pequeño pueblo vecino. Él dejó la compañía para la cual había trabajado desde hace muchos años y empezó a dedicarse a la producción del Kamishibai, el teatro típico japonés con papeles dibujados que lo presentaba en varios lugares. A veces pasaba por ese pueblo en donde vivía yo para procurarse la madera para hacer el escenario y el Hyoshigi, dos pedazos de madera que sirven para ese teatro. Tío Kantaro se sentó sobre un cojín delante de la chimenea y miró la tetera de hierro. El agua estaba ya hirviendo.

    “¿Como está la tía?”, pregunté curiosamente.

    “Está bien,” me contestó.

    El motivo por la cual dejó su trabajo era porque tenía que cuidar a su esposa encamada desde hace dos años. Cada día le contaba historias con las ilustraciones originales del Kamishibai, que era para él un pequeño placer.  

    “Parece que está más contenta cuando le muestro el Kamishibai.”
 
    Tío Kantaro dijo así con un poco de vergüenza. Ese día yo también tenía muchas cosas que le quería contar a él: la de la imagen que había encontrado en Colonia, la del festival de jazz y la visita a Mimmo y la del violín, etc.

    "A propósito escuché una linda historia en Argentina," le dije yo.
 
    Era en un café que tenía un nombre raro ‘Sálvame María’ en donde yo, Mimí y su amigo de Salta, nos reunimos después de haber visto el vidente justo por curiosidad. Nosotros tres hablábamos del violín y algo me quedó grabado de esa conversación.

    “Ese amigo es de una familia de músicos de la música popular del norte argentino. Dijo que todos los miembros de la familia habían podido tocar el violín hasta los tiempos de su abuelo y solían salir afuera de la casa después de la cena para practicar el violín bajo las estrellas.“

    Tío Kantaro escuchaba mi historia en silencio.
   
    “Y me dijo que sentía mucho miedo cuando el sonido del violín resonaba demasiado.”

    Entonces el tío comenzó a hablar.  

    "¿Sabías que el violín tiene un alma?”
 
    "¿Un alma?", le pregunté sorprendida.

    "Es un tipo de palo de soporte fino y pequeño que tiene la función importante de transmitir la vibración de la tapa exterior a la tapa posterior y a menos de eso, el violín no podrá sonar. A pesar de todo, ¿a quién le habría podido ocurrir de llamar ese palito ‘el alma’?”    

    "¿No podría ser Da Vinci?”

    Me eché a decir sin querer ese nombre.
  
    “Realmente podría ser él. En efecto era él quién dijo lo siguiente: el alma desea vivir con el cuerpo porque sin los miembros de ese no puede ni actuar ni sentir. “

    Mientras que hablábamos se me ocurrió la figura de un anciano tocando el violín bajo las estrellas.

    "Y cuando el sonido del violín resuena en todas las partes de las montañas algo bajó del cielo y llevó al anciano en algún lado."

     Contó el tío con entonación del Kamishibai.

    “¡Ya veo! Los extraterrestres lo sabían ya de que se trataba ‘El Hombre de Vitruvio’, y ahora entendieron que el violín también tiene el mismo sentido de ese dibujo,” así dije yo. 

     Nuestras imaginaciones iban creciéndose sin límite.

    “A propósito, hay una buena historia que habla del violín para el Kamishibai. Se llama ‘El violín del viejo caprino’.”  

    Tío Kantaro empezó a contarme la historia del caprino con mucha entonación y sensación real del teatro de Kamishibai.

    En el bosque, el viejo caprino se perdió, se extravió y se metió en la casa de un lobo.... Acá voy a terminar por ser comido.... ahora ¿qué haré? ¡Ah, si, voy a probar a tocar el violín! Cuando el lobo escuchó el sonido de ese instrumento sintió mucho miedo de comer ese caprino.


    El tiempo pasó en un abrir y cerrar de ojos cuando hablaba con el tío quién no agotaba nunca los temas de conversación. Yo que no tenía familia, él era como si fuera un padre.

    "¿Estás puliendo bien tu espejo?"

    Cuando ponía un poco la cara triste y melancólica, el tío me dijo siempre así para animarme.

    “No eres tu la que pone la cara triste y melancólica, es tu espejo a el que se le ensombrece el semblante.” 

     Fue él quién me enseñó el placer de la pintura y me repetía siempre para mejorarla diciendo lo siguiente.

    “Traza el contorno bien grueso y claro. Aunque sea deformado no importa. Lo más importante es saber perfectamente lo que quieras diseñar.”