La Galería de Los Suspiros – VI


Exposición de primavera
  ‘Las mujeres de Colonia’
  por Fernando Fraga
    Delante del restaurante había un caballete con información sobre la exposición. Como me imaginaba, se trataba de aquel pintor de la calle de Los Suspiros. Este restaurante ofrecía una muestra en cada temporada y Fernando había sido invitado para la de primavera. Los jacarandas estaban ya floreciendo en la luz del sol agradable de primavera y los árboles en fresco verdor estaban suficientemente frondosos para cubrir la calle. En la mediana de esta calle habían varios árboles, uno de los cuales un palo borracho que tenía una forma muy interesante. Parecía tener un estómago lleno como un barril y su aspecto bufonesco me hizo imaginar a un payaso. “Debajo de ese árbol, podría soñar algo divertido...”, mientras estaba distraída en un lugar soleado, de repente apareció Mimí delante de mis ojos.
    Bajamos las escaleras que descendían desde la acera de la calle Carlos Pellegrini y entramos en el restaurante que estaba en el semi subterráneo. En la sala de espera algunas personas que parecían ser los visitantes de la exposición estaban charlando con un vaso de bebida en la mano. Avanzamos hacia el interior de la tienda buscando una mesa desde la cual podíamos mirar todos los cuadros. Al final, nos sentamos cerca de la barra colocada en el medio de la sala. Así estábamos listas para admirar las obras. Todas las pinturas colgadas en las paredes se trataban de mujeres desnudas. Una mujer morena sentada a la orilla del río, peinando su pelo negro y mojado, una mujer blanca mirándose en el espejo en la oscuridad, y en la pared del lado opuesto, la figura de espaldas de una mujer caminando hacia el sol más allá del mar. Las figuras femeninas que había dibujado Fernando tenían todas la hermosura sencilla de chicas jóvenes. 
    “A ver, ese cuadro...”    
    Lo que miraba Mimí era aquel cuadro que había visto en Colonia.     
    “Esa mujer se parece mucho a ti. No sólo el físico, el color del pelo y de la piel, sino la forma del bronceado por el traje de baño. Pero además de todo eso tiene algo que me hace pensar que se tratara de ti.”
    Ya lo suponía. Es que yo también pensé lo mismo cuando vi este cuadro por primera vez. Creía que serían sólo mis imaginaciones pero ya no lo creo.
    “Al decir la verdad, Fernando me mostró la foto de una mujer que él había tomado  como modelo. Era rubia y tenía la piel blanca pero ¿porque la transformó en una mujer morena?”   
    “¿Qué sé yo...? Podría ser que le gustan las mujeres de color.”
    Mimí, bromeando, se puso a reír.
    “Tal vez, quizás él hubiera percibido ya antes que yo visitaría su galería. Pero sería algo casi imposible.”
    “Bueno, yo no diría que no podría suceder eso. Él pintaba seguramente la mujer que estaba en la fotografía. Pero un artista mientras crea algo se comunica mucho con el objeto...y poco a poco al revés, el objeto empieza a pedirle algo a él que está pintando. Podría suceder que esta fotografía hubiera hecho pintar por la inconsciencia del pintor algo totalmente distinto de lo que él miraba.”
    No pude comprender lo que Mimí decía, pero ella continuó.
    “En cuanto a los cuadros del retrato hay muchas historias extrañas. Yo también experimenté algo. Se trataba de un retrato por un pintor italiano de finales del siglo XIX. La nieta de la persona retratada del cuadro me lo envió para solicitarme la restauración. Unos meses después, cuando vino a buscarlo, me quedé sorprendida porque ella se parecía demasiado a la cara del retrato.”
    “Pero es natural si al ser de la misma familia.”
    “Sin embargo, no sólo se parecía sino que tenía algo que me hizo pensar que se tratase de la misma persona, como tu caso. Podría ser la intuición del artista.”
    Elegimos la comida argentina que era la especialidad de Juana M y era el motivo por la cual Mimí venía aquí. Comimos rodeadas por las obras de Fernando. Al terminar la hora de almuerzo volvió la tranquilidad al local. Entonces se abrió la puerta y apareció un hombre. Era Fernando. Se quedó un rato cerca de la entrada para saludar los visitantes, después se dio cuenta de nuestra presencia y vino hacia el interior, donde estábamos sentadas.
    “¡Hola! Te felicito por la exposición.”
    “¡Hola! Gracias por venir. No me había imaginado encontrarte tan pronto de nuevo.”
    “Es mi amiga Mimí”, le presenté.
    Fernando le dio la mano a Mimí. Le expliqué brevemente que ella era pintora y que tenía una amiga alemana cuya casa estaba al lado de su galería. Él se quedó sorprendido por las coincidencias repetidas. Quizás era por eso que pudimos hablar más amigablemente como si fuéramos amigos desde mucho tiempo. Cuando nos sirvieron el espreso, Fernando hizo ademán de sacar el paquete de cigarrillos pero lo volvió a dejar donde estaba y llevándose la taza de café sin azúcar a los labios dijo:
    “Miré otra vez con tranquilidad aquella fotografía antigua.”
    “La de la mujer de este cuadro, ¿verdad?”
    “Sí. Es que había una palabra escrita al dorso.”
    Fernando levantó ambos codos ligeramente, estiró el brazo izquierdo hacia delante, entonces acercó su mano derecha a la parte superior de este y empujó hacia abajo el codo derecho sacudiéndolo.
    “¿Es un violín?”
    Entonces me acordé de aquel sueño que tuve justo después de haber visitado la galería de Fernando. Fue un violín que tenía el muchacho bajando el río en el sueño.
    “Mi mamá tocaba el violín. Como tiene ochenta y ocho años ahora ya no lo toca.”

    Había un violín antiguo en la estantería de la sala de Mimí. Era de su mamá.
    “Mi papá toca la flauta y la guitarra. Es raro porque no tiene nada que ver con su trabajo de contabilidad.”
    Yo todavía no sabía nada de la infancia de Mimí. La conocí en una fiesta que organizaron mis amigos y enseguida me llevé bien con ella. No agotaba nunca el tema de conversación acerca de la pintura o de la música, así que no teníamos tiempo de meternos en asuntos personales. Hace poco supe que sus padres eran del norte.
    Cuando me di cuenta Fernando y Mimí hablaban sobre el movimiento de los artistas uruguayos.
    “Quiero establecerme en Colonia y crear un punto de encuentro de artistas de todo el mundo. En efecto, muchos artistas extranjeros ya comienzan a reunirse en este lugar. Si quieres podrías colaborar con nosotros.”
    “¡Pero por supuesto!  Es que estoy pensando en mudarme a Uruguay. Últimamente me compré una granja allí.”
    “Las cosas que se fueron del Río de la Plata hace quinientos años ya no los podemos devolver como antes, pero no podemos pasar sin hacer nada”, dijo Fernando.
     Mientras hablaba Fernando pensaba en aquel hombre de edad, el que buscaba las monedas de plata en la orilla del Río de la Plata. ¿Las cosas que se sumieron bajo las aguas no tendrán más oportunidad de salir a la superficie? No es así.  Serán arrojadas sin duda por las olas hasta un lugar donde tienen que llegar y acá estaban Fernando y Mimí para ayudarlo. Y yo quería observar que esa pequeña ciudad de Colonia se renueve lentamente para recuperar sus colores originales.