Bajé del barco y afuera estaban esperando los autobuses interurbanos para ir a Montevideo o al interior del país. Al lado, algunos guías estaban buscando los pasajeros llevando hacia arriba los tableros con sus nombres. Pensaba llegar caminando hasta el barrio antiguo del patrimonio de la humanidad. Cruzando la calle principal, dando la espalda a la ruta nacional pavimentada con asfalto que se extendía desde el puerto, entré en la zona residencial. Giré a la izquierda en la primera esquina en la calle Lobo y seguí caminando dos cuadras más. Al frente empecé a divisar una fortaleza alta apilada con piedras. Pensé que por ahí se entraba en la ciudad antigua. No había una distinción clara entre las zonas residenciales y esta ciudad, ni siquiera sabía si había un foso exterior, sino que había un puente que correspondía al puente levadizo del castillo. Pasé este y seguí caminando hacia el arco apenas circular que estaba en el centro de la muralla. Ahí aparecieron la aglomeración de casas de ladrillo y piedra y la pavimentación de las piedras excesivamente irregulares que parecían haber sido transportadas enteras desde alguna ciudad medieval en Europa. No parecía que vivía alguien pero se oía de cuando en cuando un ruido o una voz en el interior de los edificios.

Ni el viento que soplaba desde el río, ni los rayos deslumbrantes del sol iban a hablar de lo que había sucedido en este lugar. Sólo yo sacaba fotos del aspecto actual de la plaza.
Algunos de los edificios alrededor de la plaza eran museos. Visité uno tras otro y sentí particularmente interés por el del archivo regional. Sus paredes internas como las externas estaban construidas con las piedras del río y habían varias cajas de cristal bastante grandes alineadas en un espacio estrecho de dos habitaciones, en las cuales estaban exhibidos documentos y datos históricos, cerámicas y armas que habían sido excavados en las ruinas. En las paredes estaban pegados varios mapas que indicaban la línea fronteriza por cada vez que habían sucedido conflictos y que por medio de tratados se reestablecía. Sólo mirando eso, se podía imaginar la cantidad de combates entre Portugal y España. Mientras observaba los datos, un joven que parecía afable, me dijo.
"Si quiere que le explique algo, dígame por favor.”
Parecía el responsable del museo. Le dije que quería saber más o menos lo que ocurrió en esta tierra. Él empezó a explicarme despacio y con claridad siguiendo los mapas fijados en la pared uno tras otro desde el más viejo.

Lo estaba escuchando mientras comparaba los mapas que tenían un sutil cambio en la forma del límite en cada uno.
“A propósito, ¿conoces la calle de Los Suspiros?
“No, no la conozco.”
“Se encuentra justo antes de la muralla, el muro externo construido en la primera época colonial portuguesa. Es uno de los lugares que le recomiendo visitar.”
“Me pregunto lo que hay...”
“Me pregunto lo que hay...”
“Vaya una vez a ver si le gusta.”