Tsukimachi Chaya - VI


    El almacén estaba construido sobre una muralla, ya que estaba ligeramente más alto que en el suelo, la Otsukimidai del Chaya era adecuada para ser el escenario. Los asientos eran dispuestos en un campo libre al lado y sobre la Otsukimidai estaban preparados el escenario para el teatro de Kamishibai y las sillas para los miembros de la banda. Ya iba siendo hora de la puesta de sol más allá del río bajo en el cielo oeste, y cuando apenas desaparece el último punto rojo en el horizonte, arriba de las montañas de cristal rojo, debería aparecer la grande luna redonda que se podría confundir con el sol.

    A medida que la butaca iba ocupándose, los músicos subieron al tablado cada uno con el instrumento en la mano. El escenario para el Kamishibai estaba bien visto siendo de tamaño más grande de lo habitual y montado en el centro. Cuando acabaron de preludiar los instrumentos de cuerda, pronto recibieron al director de la banda con aplausos. Por fin llegó el momento. Empezó a fluir suavemente el sonido del violoncelo, luego siguieron la viola y el violín. Tras el prólogo apareció tío Kantaro con un traje blanco. Sonó el Hyoshigi y se abrieron ágilmente las cortinas del teatro en ambos lados.  
    
    Érase una vez vivía una chica llamada Marió. Ella no tenía ni madre ni padre, así que sus tíos lejanos hacían el papel de sus padres.
    Marió, alegre y jovial, era querida por todos, no obstante tenía un secreto que no podía decirlo a nadie.
    Lo extraño era que cada vez que tuvieron la presentación musical por los colegiales en la escuela, Marió empezó a tener dolor de vientre. Sus tíos se preocuparon y preguntaron a Marió qué le estaba pasando. Entonces Marió, con mucho miedo, empezó a cantar.
    “¿Cómo es posible eso?”
    Los dos se quedaron de atónitos. Porque la voz de Marió era la de un violín.
    Enseguida la tía llevó a Marió al médico pero la rechazaron diciendo que ella no estaba enferma. Mientras tanto el tío buscó los documentos antiguos, preguntó a algún profesor de la universidad y también fue a hablar hasta con adivinos o magos. Pero nadie sabía responder porque su voz se había convertido en el sonido del violín.
    Un día el tío se acordó de una anciana que decían que vivía más allá del fondo de las montañas de cristal rojo. Quizás ella podría darnos un consejo; dijo él y se fue andando inmediatamente en esas montañas.  
    “Hola, hola.”
    Atisbó él en el interior de la caverna. Ahí estaba sentada una señora de edad.
    “¿Qué quieres?”
    “Hoy en día vine acá para pedirle un consejo.”
    La anciana, comprendido lo que quería el hombre, se fue un rato en el fondo del cavo y volvió con un cajón negro todo cubierto de polvo entre sus brazos. Lentamente lo puso delante de los ojos de él, lo abrió y dijo:  
    “Es el violín mágico.”
    “¿El violín mágico?”
    “Éste no hace el sonido.”
    “Pero ¿no estará roto?”
    “¡No digas tonterías! Ese violín, en lugar del sonido, sueña algo extraordinario.”
    “No me digas...”
    “¿Qué estás pensando? No es como lo que estás imaginando.”
    “No, no. ¡De ninguna manera!
    “Bueno.”
    A esa señora que tenía mucha intuición nadie podía mentir. 
    “Entonces ¿qué es algo extraordinario?
    “Son las palabras.”
    “¿Cómo?”
    Al escucharlo él se sobresaltó y se quedó boquiabierto por un rato. Ese sería el caso contrario de lo de Marió, por lo tanto no sería imposible. Según lo que dijo la anciana, ese violín cantaba aún sólo en la noche de la luna llena.
    “¿Sería lindo si se podría reemplazar la voz de Marió por la voz de ese violín mágico?”
    Pensando así le preguntó a la señora si le pudiera traspasar ese instrumento.   
    “Yo, sabía ya desde hace mucho que habría llegado ese día. Llévatelo porque ese violín pertenece a Marió.”
    Poco tiempo después, en la noche de la luna llena, el tío llevó el cajón negro a Marió.
    “Proba a tocar ese violín,” le dijo él. 
    Marió movió el arco por ahí y por acá como le había enseñado el tío. Ahí, de repente, empezó a escucharse una voz muy suave. “Ave maris stella, Dei Mater alma.” Se trataba de algo como una oración y esa voz temblorosa le daba la sensación de que era de un ser viviente. 
    “No sé porqué pero me parece que soy yo la que está cantando.”
    Dijo así y se puso a cantar poco a poco con el violín. Mientras estaba cantando, a veces se confundía con el violín, pero no se daba más cuenta con el paso del tiempo por la gran alegría.
    Desde ese momento Marió cantó con el violín mágico cada noche de luna llena. A pesar de pasar muchas noches cantando, las canciones no terminaban nunca. Este violín conocía muchas canciones que eran desconocidas para Marió.
    Aún esta noche, en algún lugar de la ciudad sin duda, estará cantando Marió. 
    Clic, clic, clic... con los golpes del Hyoshigi se cerró la cortina del teatro de Kamishibai y de pronto se apagaron las luces del escenario. Envuelto por la oscuridad, el público, uno por uno, empezó a irse de la Otsukimidai. Más allá a lo lejos de todo eso, aparecían vagamente las montañas apenas alumbradas por el claro de la luna.