La Galería de Los Suspiros - III


    Según el joven del museo la calle de Los Suspiros debería ser la última entre algunas que se encontraban atravesando la Plaza Mayor. Desde arriba de la cuesta se podía ver toda la corriente fangosa que hace un rato miraba desde las ventanas del ferry. La calle que descendía verticalmente hasta el flujo del río no era ancha. Estaba toda cubierta con piedras ásperas de varios tamaños y suavemente hundida en el medio por donde probablemente fluiría el agua cuando lloviese. Bajando la cuesta me paré al final de la calle, en frente de una pequeña casa de una sola planta. Desde el techo colgaban con elegancia las ramas de la buganvilla fucsia que combinaba con el color rosa de las paredes, las que estaban cubiertas aquí y allí de musgo, pero con el flujo de gran cantidad de agua cercana deberían estar siempre mojadas. El color de las tejas de terracota que debería ser más brillante quedaba casi descolorido. Sin embargo, esa casa me producía una extraña sensación. La casa entera tenía una atmósfera con un toque de distinción y se parecía a una noble señora venida del pasado.
    En el alero delantero de la casa había un letrero colgado de un marco de hierro. Decía ‘Galería de Los Suspiros’, y me pregunté si sería una galería de arte. Edificada directamente sobre el suelo del pavimento de piedra, la casa me transmitía la calidez del tiempo en que las construcciones todavía se hacían a mano. Había dos ventanas altas en las paredes como dos bocas abiertas, y entre ellas la entrada. Subí la escalera de piedra e intenté empujar la pesada puerta de madera. Al entrar se veían las paredes de piedra al descubierto con cuadros de diferentes tamaños colgados hasta el techo. La vigueta del techo no existía sino estaban puestas las vigas de cumbrera y las de balsero cubriendo con los tableros finos. Miré todos los cuadros en mi alrededor y pasé al cuarto interior. A la derecha del pasillo había una pequeña cocina que todavía mantenía el aspecto de la época y sobre su mueble antiguo estaban expuestos viejos utensilios de cocina de cobre, una balanza y servicios de mesa de plata.
    "Acá se puede preparar todavía café o mate.”
    Me llamó por detrás una chica de unos veinte años, con el pelo negro y recogido en una cola de caballo. A parte el trabajo de la galería daba a los visitantes las informaciones sobre esta casa, que es una herencia histórica. Por la entrada del servicio de al lado de la cocina se podía salir en el patio de atrás. Al agarrar la manija de la puerta, apareció un gato cerca de mis pies que tal vez estaba esperando para escapar afuera.
    “Hoy es un lindo día. Se está bien en el jardín.”
    Mientras lo decía, la chica me ayudó a abrir la pesada puerta. Más allá del césped había una terraza cubierta de madera en cuyo centro había un plantío redondo con un árbol delgado y raquítico, que era tan seco que parecía que estuviera a punto de morir. Le pregunté el nombre de ese árbol a la chica, pero no lo sabía. Pasando sobre las piedras escalonadas di una vuelta por el jardín y más allá se veía otra puerta pequeña. Quizás por la seguridad, la puerta y la ventana tenían las rejas negras, y delante había otro árbol que conocía yo también. Se llama ‘Transparente’ y tiene abundantes frutos parecidos a los arándanos. En ese momento oí una voz desde atrás. Giré la cabeza y ahí estaba un hombre.
    “El árbol se llama Paraíso,” me dijo.
    Se trataba del árbol de aspecto débil del cual hace un rato pregunté a la chica y él que me habló parecía el dueño de la galería.
    “¿Hay muchos en Colonia?”
    “Me parece que sí.”
    Mientras tanto el hombre sacó un paquete de cigarrillos de su bolsillo y me preguntó si no me molestaba que fumara. Quizás por el negocio que se había  quedado sin clientes por un momento, parecía que hubiese salido afuera para descansar un rato.
    “Me recomendó el señor del museo de ir a la Calle de los Suspiros. Me sorprendió porque había una galería tan linda.”
    “Bueno, gracias por haber venido.”
    “Esta casa tiene una extraña atracción.”
    “Sí, es verdad. No es hace mucho que abrí la galería aquí. Cuando vine acá por casualidad encontré esta casa en venta. Era diciembre de 2001 cuando ocurrió la crisis económica en Argentina, entonces tenía un precio muy barato y pensé que habría sido una oportunidad.”
    Había un banco descolorido en el jardín.
    “Me gusta pintar aquí que en otro lugar.”
    Era un pintor. No me daba impresión de que fuera un pintor, era alto y viril y  según su apariencia le habría quedado bien el uniforme militar que había en el museo.

    “¿Tiene un estudio aquí?”
    “Sí, uso la habitación de la parte de atrás aunque sea un poco estrecha. A propósito, ¿conoces el origen del nombre de la calle?”
    Le dije que no.
    “Acá había algunas rameras legales en la época colonial. La gente no quiere hablar mucho sobre esto. También esta casa era un salón de prostitución. Cuando uno pasaba por delante de la casa, se oían los suspiros de las mujeres desde dentro. Por eso se llama ‘la calle de Los Suspiros’. ”
    “¿Las rameras legales?”
    “Los soldados procreaban su descendencia con las mujeres indígenas por la fuerza y aquí era el lugar.”
    “Entonces tendrían que haber sido casi sollozos.”
    “¿Estas haciendo turismo en Colonia?”
    “Sí.”
    Al acabar de fumar un cigarrillo que llegó a ser corto, lo tiró al otro lado del pavimento y me dijo que bastaría un medio día para visitar esta pequeña ciudad.
     “A propósito, la semana pasada, una persona de Buenos Aires me invitó a hacer una exposición. Me parecía el propietario de algún restaurante que quería poner mis cuadros en su tienda.”
     Al oír el nombre del restaurante me sorprendí porque era el mismo a donde yo iba a menudo del otro lado de la calle del apart hotel. El galerista estaba tan satisfecho por una casualidad inesperada que me ofreció a guiarme a su taller. Pasando el pasillo estrecho del lado opuesto de la cocina, había un espacio pequeño para la administración y gestión de productos en donde varios lienzos estaban apoyados contra una pared con descuido. La habitación al interior daba una impresión oscura y por la pequeña ventana en la pared entraba la luz que la iluminaba a duras penas. ¿Él dibuja en un lugar tan oscuro? Acostumbrada en la penumbra, empecé a ver un cuadro de color más o menos blanco. Era el dibujo de una mujer desnuda.
    "¿Existe un modelo para este cuadro?”
    “¡Oh! Sí, la fotografía de ese modelo está conservada en el archivo de la oficina. Voy a mostrarte.”
    El pintor pasó a la habitación contigua, se sentó en frente de la computadora puesta sobre el contador de madera blanca y empezó a hojear un álbum grueso de cuero negro.
    “Acá había conservado todas las fotografías de las mujeres desnudas que dibujé.”
    La imagen que encontró por fin era bastante antigua en blanco y negro. Se trataba de una mujer rubia que tenía el cutis terso.
    “La fotografía parece muy antigua.”
 “Cuando hicimos la renovación de la casa, la encontré en la pequeña abertura que estaba en la pared.”
    “Quizás podría ser de alguien que vivió acá.”
    “No sé. Puede ser.”
    Mirándola el pintor parecía haber recordado algo.
    “Ahora me acuerdo. Este cuadro tiene un episodio. Hace tres años una  mujer que vino aquí  me dijo que había percibido una conexión espiritual muy fuerte mirando este cuadro y me preguntó si pudiera usar esta imagen por la tapa del libro que estaba escribiendo. Y fue poco después que recibió un orden desde Milán por este cuadro...”
    “Entonces, ¿el cuadro va estar a Milán?”
    “Al contrario, perdí el contacto con Milán y lo vendí a otra persona que es un cliente de Buenos Aires. Bueno, nos veremos en la exposición de allí, si Dios quiere.”
    Recibí su tarjeta y salí de la galería.