

“Tienes frío, ¿verdad? Ahora te preparo el té.”
El estudio de Mimí estaba dividido en tres partes según la función de cada uno. En la esquina de la sala principal, donde estaban el sofá y la estantería, estaban colocados un caballete y una grande mesa de trabajo. Ahí dibujaba. El cuarto siguiente era para uso administrativo donde había una computadora, un teléfono y facsímil y en la parte trasera había un espacio pequeño que lo utilizaba sólo para la restauración de los cuadros. Mimí restauraba sólo para ganarse la vida y separaba totalmente este trabajo de sus otras actividades creativas también porque se utilizaban materiales distintos. Serían nada más que mis imaginaciones pero ese lugar tenía la atmósfera parecida a la de aquella galería de Colonia.
La que me gustaba más de todas sus obras era la pintura al óleo que estaba colgada en la pared de la oficina. Allí se veía un motivo mixto, como los textiles coloridos de los países andinos y las pinturas rupestres. Además habían muchos cuadros apoyados contra las paredes de la sala. Desde cuando tenía veinte años Mimí estuvo viajando por Europa mientras vivió también en la isla caribeña de Guadalupe. Me dijo que le gustaba mucho París cuando trabajaba como restauradora para el Museo de Louvre, pero un día llegó al punto en que sentía que no podía más desarrollar sus actividades artísticas en Europa. Mientras vivía allí pintaba también las imágenes de África y del Caribe, pero todas eran de un punto de vista europeo, y se dio cuenta que no podía más estar en Europa. Regresando a su país natal, que era Argentina, apareció algo totalmente diferente sobre el lienzo. Mimí una vez me dijo así:
“He comenzado a escuchar el latido del corazón de esta tierra.”
En la cocina sentí el perfume del té al cardamomo y jengibre. En la casa de Mimí no faltaba nunca el té que más me gustaba. Enfrente de la puerta de servicio estaba Edison. Este gato gordo dormía siempre así si no tenía hambre.
“Sabes, últimamente me fui a Colonia y visité la galería, la que está en la calle de Los Suspiros, en el centro histórico.”
“¡Ah, la conozco bien! Es al lado de la casa de mi amiga.”
La amiga de Mimí que era una pintora alemana utilizaba la casa de Colonia para los fines de semana. Mimí me llevó al dormitorio y me mostró el cuadro de esta pintora. Se trataba de un dibujo a la acuarela de una rana, cuya cabeza se veía entre las hojas del loto.
“Es lo que pintó ella en Colonia.”
Le hablé de lo que vi allí.
“Hace quinientos años atrás aquí existía la cultura indígena.”
Lo que estaba dibujando Mimí en ese momento era algo expresado con signos simbolizando las costumbres y la cultura indígena, inspirándose en una inca que había sido sacrificada llamada ‘La Doncella’ que habían hallado al norte de Argentina en 1999. Esa historia de Mimí me hizo pensar al contracto concluido entre Dios y ellos, que debería de ser algo estricto.
"Me siento cómoda cuando estoy en el estudio.
Mimí tenía un hijo. Desde que él empezó a ir a la Universidad de París, se quedó viviendo sola. No obstante su cara nunca reflejaba su soledad.
Mimí tenía un hijo. Desde que él empezó a ir a la Universidad de París, se quedó viviendo sola. No obstante su cara nunca reflejaba su soledad.
“A veces me sentía sola y melancólica. Pero ya me he acostumbrado,” decía ella.
Me acordé entonces de las palabras que me las enseñó un amigo de París.
“La mélancolie, c’est le bonheur d'être triste. O sea la melancolía es la felicidad en el estado del dolor. ¿Yo también llegaría un día a sentirme feliz en mi depresión?”
Me preguntaba si Mimí había ya llegado a esta etapa. Sin duda se estaba dedicándose a sus creaciones para engañar a su soledad. No podemos estar de brazos cruzados para aportar un poco de luz a la parte oscura de la vida que también tenemos en nuestra naturaleza.
Me preguntaba si Mimí había ya llegado a esta etapa. Sin duda se estaba dedicándose a sus creaciones para engañar a su soledad. No podemos estar de brazos cruzados para aportar un poco de luz a la parte oscura de la vida que también tenemos en nuestra naturaleza.
“La culpa es de la nostalgia. Sabes, cuando me siento nostálgica siento como si estuviera en el agua.”
“¿Qué quieres decir?”, le pregunté.
“Es decir, como si estuviera en un lugar donde no me encuentro habitualmente.”
Dijo sonriendo. Es un lugar donde uno no podría estar para siempre. Hay que salir del agua de la nostalgia, secarse el cuerpo, ponerse la ropa y vivir serenamente, como siempre.
Dijo sonriendo. Es un lugar donde uno no podría estar para siempre. Hay que salir del agua de la nostalgia, secarse el cuerpo, ponerse la ropa y vivir serenamente, como siempre.
“¡El museo del quai Branly, lo conozco! Están expuestas las obras de la cultura de los países de la Cuenca del Pacifico, de América del Sur y Norte, y de África.”
“Además me dijo algo interesante: mientras caminaba en el museo empezó a sentir que no eran las obras las que estaban expuestas allí, si no él mismo.”
“¿Qué quiere decir?”, le pregunté.
“Creo que cualquier museo sería como un mundo independiente por si mismo. Por eso habrá sentido de ser extranjero en ese mundo.”
“O sea él pensaba de mirar las obras, sin embargo eran las obras que lo estaban mirando.”
Cuando le dije así, Mimí, bromeando, se puso como la estatua de una diosa griega.
“A propósito, ¿sabes?, pronto se celebrará una exposición en Juana M.”
Juana M es el restaurante que invitó para la exposición al pintor de Colonia. Cuando estaba en Buenos Aires, Mimí y yo solíamos ir a almorzar a este lugar y decidimos visitarlo juntas.