La Galería de Los Suspiros - V


    En Buenos Aires seguía lloviendo desde hace unos días. Era la lluvia primaveral. Faltaba todavía para que esta ciudad pudiera tomar el color lila del jacarandá. Daba pena ver los tiernos brotes del color encarnado que estaban bajo la lluvia. Era siempre en este periodo en que visitaba mis parientes lejanos de Buenos Aires. Me dio una fuerte impresión cuando vi por primera vez la ciudad con los jacarandas en flor de color frío, sin embargo esa realidad me iba liberando poco a poco de mi idea de la primavera firmemente conectada con los cerezos que parecía ya que no se podría cancelar de mi memoria. A medida que tomaba esa otra conexión por algo natural, empecé a comprender un poco la gente de aquí. Los árboles y la gente que juntos compartieron esta tierra por largos años se parecen, o sea sería mejor decir que la gente es parecida a los árboles que extienden sus ramas libremente en todo el espacio que hay y no conocen límites. Cada hoja, tembleteando o rotando rápidamente, ondea al viento dibujando un círculo a su gusto. Me gustaba el jacarandá. Era difícil inspirar una resonancia más profunda para mí a través de su floración, sin embargo en este silencio su color de lila trataba de evocarme algo que había dejado a lo lejos.
    Mientras dudaba entre ir al estudio de Mimí o no, dejó de llover tanto. Su casa no estaba muy lejos. Entonces decidí salir sin cambiarme y me puse sólo el impermeable. Subí la cuesta suave y cuando llegué a la calle principal, ondeaba la campera por el viento fuerte que me daba de lado y salpicaban en mi cara las gotas de lluvia.  Crucé la calle Carlos Pellegrini y entré en la calle Arroyo a lo largo de la cual había muchas tiendas de antigüedades y galerías de arte. Ahí la hilera de árboles era frondosa, suficiente para poder ampararse de la lluvia. Me gustaba esa calle sinuosa como un arroyo que tiene el punto de partida en la calle Esmeralda porque me daba la idea de una fuente esmeralda en el fondo de la selva tropical, de la cual manaba el agua. Mimí vivía en un departamento de estilo francés en esa calle. Al llegar corriendo al pórtico de la entrada, enseguida el portero me abrió la puerta. Sacudí las gotas del abrigo mojado y avancé hasta el fondo de la sala donde se encontraba el ascensor.  Toqué el timbre y se oyó una voz. Tan pronto apareció Mimí con la cara sonriente como de costumbre. Se veían los ojos grandes azules entre los flequillos del pelo corto y rubio. Ese día estaba vestida de camisa azul claro con pantalón azul marino de algodón y sobre ese tenía un suéter gris fino. Era un estilo sencillo pero le quedaba muy bien a ella que era delgada.
    “Tienes frío, ¿verdad? Ahora te preparo el té.”                                                             
    El estudio de Mimí estaba dividido en tres partes según la función de cada uno. En la esquina de la sala principal, donde estaban el sofá y la estantería, estaban colocados un caballete y una grande mesa de trabajo. Ahí dibujaba. El cuarto siguiente era para uso administrativo donde había una computadora, un teléfono y facsímil y en la parte trasera había un espacio pequeño que lo utilizaba sólo para la restauración de los cuadros. Mimí restauraba sólo para ganarse la vida y separaba totalmente este trabajo de sus otras actividades creativas también porque se utilizaban materiales distintos. Serían nada más que mis imaginaciones pero ese lugar tenía la atmósfera parecida a la de aquella galería de Colonia.   
    La que me gustaba más de todas sus obras era la pintura al óleo que estaba colgada en la pared de la oficina. Allí se veía un motivo mixto, como los textiles coloridos de los países andinos y las pinturas rupestres. Además habían muchos cuadros apoyados contra las paredes de la sala. Desde cuando tenía veinte años Mimí estuvo viajando por Europa mientras vivió también en la isla caribeña de Guadalupe. Me dijo que le gustaba mucho París cuando trabajaba como restauradora para el Museo de Louvre, pero un día llegó al punto en que sentía que no podía más desarrollar sus actividades artísticas en Europa. Mientras vivía allí pintaba también las imágenes de África y del Caribe, pero todas eran de un  punto de vista europeo, y se dio cuenta que no podía más estar en Europa. Regresando a su país natal, que era  Argentina, apareció algo totalmente diferente sobre el lienzo. Mimí una vez me dijo así:
    “He comenzado a escuchar el latido del corazón de esta tierra.”
    En la cocina sentí el perfume del té al cardamomo y jengibre. En la casa de Mimí no faltaba nunca el té que más me gustaba. Enfrente de la puerta de servicio estaba Edison. Este gato gordo dormía siempre así si no tenía hambre.
    “Sabes, últimamente me fui a Colonia y visité la galería, la que está en la calle de Los Suspiros, en el centro histórico.”
    “¡Ah, la conozco bien!  Es al lado de la casa de mi amiga.”
    La amiga de Mimí que era una pintora alemana utilizaba la casa de Colonia para los fines de semana. Mimí me llevó al dormitorio y me mostró el cuadro de esta pintora. Se trataba de un dibujo a la acuarela de una rana, cuya cabeza se veía entre las hojas del loto.
    “Es lo que pintó ella en Colonia.”
    Le hablé de lo que vi allí.
    “Hace quinientos años atrás aquí existía la cultura indígena.”
    Lo que estaba dibujando Mimí en ese momento era algo expresado con signos simbolizando las costumbres y la cultura indígena, inspirándose en una inca que había sido sacrificada llamada ‘La Doncella’ que habían hallado al norte de Argentina en 1999. Esa historia de Mimí me hizo pensar al contracto concluido entre Dios y ellos, que debería de ser algo estricto.

                                                                                                                                                                                       
    "Me siento cómoda cuando estoy en el estudio.

    Mimí tenía un hijo. Desde que él empezó a ir a la Universidad de París, se quedó viviendo sola. No obstante su cara nunca reflejaba su soledad.
    “A veces me sentía sola y melancólica. Pero ya me he acostumbrado,” decía ella.
    Me acordé entonces de las palabras que me las enseñó un amigo de París.
    “La mélancolie, c’est le bonheur d'être triste. O sea la melancolía es la felicidad en el estado del dolor. ¿Yo también llegaría un día a sentirme feliz en mi depresión?”

    Me preguntaba si Mimí había ya llegado a esta etapa. Sin duda se estaba dedicándose a sus creaciones para engañar a su soledad. No podemos estar de brazos cruzados para aportar un poco de luz a la parte oscura de la vida que también tenemos en nuestra naturaleza.
    “La culpa es de la nostalgia. Sabes, cuando me siento nostálgica siento como si estuviera en el agua.”
    “¿Qué quieres decir?”, le pregunté.
    “Es decir, como si estuviera en un lugar donde no me encuentro habitualmente.”

    Dijo sonriendo. Es un lugar donde uno no podría estar para siempre. Hay que salir del agua de la nostalgia, secarse el cuerpo, ponerse la ropa y vivir serenamente, como siempre.
    “A propósito hace unos días recibí una carta de mi hijo. Dice que es muy bueno  el museo del quai Branly donde están celebrando el cumpleaños de Lévi-Strauss para sus cien años.”    
    “¡El museo del quai Branly, lo conozco! Están expuestas las obras de la cultura de los países de la Cuenca del Pacifico, de América del Sur y Norte, y de África.”
    “Además me dijo algo interesante: mientras caminaba en el museo empezó a sentir que no eran las obras las que estaban expuestas allí, si no él mismo.”  
    “¿Qué quiere decir?”, le pregunté.
    “Creo que cualquier museo sería como un mundo independiente por si mismo. Por eso habrá sentido de ser extranjero en ese mundo.”
    “O sea él pensaba de mirar las obras, sin embargo eran las obras que lo estaban mirando.”
    Cuando le dije así, Mimí, bromeando, se puso como la estatua de una diosa griega.    
    “A propósito, ¿sabes?, pronto se celebrará una exposición en Juana M.”
    Juana M es el restaurante que invitó para la exposición al pintor de Colonia. Cuando estaba en Buenos Aires, Mimí y yo solíamos ir a almorzar a este lugar y decidimos visitarlo juntas.